sábado, 31 de diciembre de 2011

Los años viejos

Aquí estamos. Ha llegado ese momento del año en el que intentamos consolarnos por las cosas tontas que hemos hecho, pensando que tenemos un futuro nuevo por delante, pensando que se nos presenta una nueva oportunidad para arreglar todo lo que hasta ahora hemos destruido con saña entre nuestras manos.
Es el momento de hacer nuestras conclusiones, de forzar esos famosos ciclos para que cierren. ¿Cómo forzar algo que a lo mejor ni siquiera existe? Magia y brujería es lo que necesitamos, es lo que usamos estos días malditos que nos obligan a pensar en lo idiotas que somos, en cómo a pesar de todos los "esfuerzos" esos que nos inventamos no terminan de funcionar, no empiezan a funcionar algunas veces siquiera.
¿De dónde sacamos la noción esa de que el tiempo es redondo? ¿De dónde que nos renovamos y que cada cierto punto tenemos la oportunidad de reparar lo que ya destruimos un día? Ni el tiempo, ni la vida, ni nosotros mismos somos circulares. Volvemos a cometer los mismos errores porque no cambiamos, porque no aprendemos, porque somos esto. No importa que cambie de año, ¡el Sol no tiene nada que ver con nuestras cochinadas!
Sí, las situaciones a veces se nos repiten. Muchas veces he pensado que estoy haciendo el refrito malo de mi vida original, de aquella que arruiné una vez y que ahora tiendo a repetir siempre. Pero eso sólo significa que cometo los mismos errores, que no aprendo, que no cambio y que por más que haga mi lista de "propósitos" seguiré siendo siempre este mismo imbécil que ya fui.
Pues ahí está, esa es mi conclusión del año. Esa será mi conclusión para todos los años que vendrán a partir de ahora. Ya no me arrepiento de mis errores, ni quiero cambiar nada de mí. Ya no me preocupa lo que digan los demás, ni a dónde quieren que llegue, ni sus expectativas sobre mí. Sé perfectamente bien que estoy apostando mal, pero de todas formas no me detendré hasta haberlo perdido todo, porque dentro, muy dentro de mi corazón, lo que yo soy es un apostador fracasado.
Y pues nada. No es el karma esta vez, ni la polecía, ni nada. Es la conclusión de este año, que les regalo con todo mi amor de apostador mal encaminado.

domingo, 4 de diciembre de 2011

Cuando conocí el ministerio público

Apenas comienzo a subir las escaleras y un soldado que está de guardia en la entrada principal ya sigue con atención cada uno de mis movimientos. No me quita la mirada de encima hasta que llego al último escalón y le doy las buenas tardes. Me gruñe algo que suena a “astards”, y vuelve a dirigir la mirada sobre los automóviles que pasan a toda velocidad por la Av. Gonzalitos de Monterrey.

Eso es para mí una oficina del ministerio público.

Hasta ahora, jamás había tenido la necesidad de ir a uno de esos lugares que parecen un performance artístico en homenaje al buen Kafka. Lo del soldado con su arma de alto poder en la puerta es sin duda lo que recordaré siempre; su cara de póquer, totalmente en blanco, tan así que yo no podía decir un segundo antes si me iba a saludar o a acribillar por osar dirigirle la palabra. Lo demás –trámites, siempre trámites– es igual que en todos lados: ventanillas aquí, ventanillas allá, tome su turno, espere su turno, televisiones con programas ridículos, niños corriendo, funcionarios públicos con cara de jamás saldré de aquí.

Supongo que ya era hora, que en algún lugar el azar justiciero determinó que habiendo tantos delitos y tan mal repartidos en el mundo, se estaba llegando la hora en la que yo tuviera que verme involucrado directamente como víctima aunque sea en uno. Un ladroncillo de poca categoría –abundan, hasta en el reino del crimen los mediocres son legión– halló de su agrado mi automóvil para romperle un vidrio, abrir la cajuela y sacar mi cartera, mi celular y mi laptop, mientras yo tan inconscientemente por no desconfiar siempre de todos y en todos lados practicaba deporte en unas canchas de futbol que están justo al lado de un cuartel de la policía municipal.

Todo el día, mientras veía cómo mi domingo se me iba en trámites y otras tonterías, estuve pensando en esto que me pasó, que le pasa a tantas personas todos los días. Pensé lo que uno siempre piensa en estos casos, que la desigualdad social, que la naturaleza humana, que los que somos pobres pero honrados, que los que no. También pensé en todos esos delitos que veo en las noticias cada mañana, que los asesinatos, que los enfrentamientos armados, que los secuestrados.

Ya casi termina mi domingo, el peor domingo que he tenido en mucho tiempo, y tengo una conclusión a la que llegué con todo esto. Es una conclusión muy triste, pero es la única lógica, la única que sobrevivió a toda esa tribulación de ideas y recuerdos que me estuvieron atacando todo el día desde un coraje que hoy –y espero que sólo por hoy– anidó en lo más profundo de mi corazón.

En un mundo en el que justo al lado del cuartel de policía te rompen un cristal para robarte mientras haces deporte, en el que un soldado te recibe en la oficina del ministerio público con una cara que no sabes si es de voy a saludarte o de voy a matarte a tiros, y en el que todos los días sin excepción matan, secuestran, torturan a tanta gente que ya nos parece normal; en ese mundo, supongo que debo estar agradecido porque se llevaron mi laptop y no mi vida.

Aunque quizá eso también es sólo cuestión de estadística, y sólo me hace falta un poco más de tiempo.

jueves, 24 de noviembre de 2011

Los nombres y el karma


Por más ridículas que sean, ya no me sorprenden las noticias que escucho. Este mundo en el que vivimos se parece cada vez más a una caricatura, a un chiste. El último chascarrillo del que me enteré esta semana fue que el Congreso gringo aprobó una ley que considera que las pizzas son verduras.
Obviamente detrás de esta ley existen intereses (pues todo lo ridículo siempre obedece a intereses) pero no puedo dejar de pensar cómo es que hemos llegado a este punto en el que preferimos hacer las cosas rápido y mal que esforzarnos y hacerlas bien. Quizá siempre hemos estado en este punto.
La razón (si podemos llamarle así, aunque mejor cambiemos la palabra por "motivo", para evitar contradicciones), el motivo, quise decir, de tal barbaridad obedece a que hay otra ley que obliga a las escuelas a dar una ración de verduras en las comidas para los niños. La lógica es simple, rudimentaria y perfecta, "si a los niños hay que darles verduras, vamos a decir que la pizza es una verdura". Aristóteles estaría muy orgulloso.
Sin embargo esto de cambiar los nombres de las cosas para que parezcan razonables y bellas no es algo nuevo. Al sistema económico que nos imponen y nos esclaviza, por ejemplo, lo llamamos "libertad de mercado"; al sistema político ese que es un nido de ratas, gobernado por todos y por nadie, ineficaz para todos los "gobernados" pero extrañamente puntualísimo en pagos, primas, premios y demás incentivos para los "gobernantes", lo llamamos "democracia"; a la sed de castigar, discriminar, acusar, la llamamos "dios".
Acá en México, obviamente no nos gusta quedarnos atrás, y por ello recientemente y por decreto presidencial inauguramos el fin de semana del consumismo extremo, y desde luego le pusimos el bonito nombre de "el Buen Fin".
Cuídense, congresistas gringos, presidentes mexicanos, religiosos y demás magos de la palabra. La polecía del Karma anda buscando a los usurpadores de nombres.

jueves, 25 de agosto de 2011

El miedo de vivir

Es muy reconfortante tener la sensación de control sobre las cosas. Esas ocasiones en las que uno siente que la dirección en la que apunte nuestro pulgar determinará la continuidad o la suspensión de una situación específica. Nos encanta ser los emperadores de nuestro destino.
A este sentimiento del control obedece nuestra tranquilidad. Cuando creemos que de nosotros mismos dependen las situaciones de nuestra vida, surge esa sensación de bienestar a la que llamamos "paz". Lo contrario de la paz no es la guerra, es la intranquilidad. Ocurre cuando no sabemos los factores de los que dependen nuestras situaciones. Tememos hasta de las sombras que se insinúan en las esquinas antes de doblarlas. Evitamos la más leve brisa por temor a que tras ella venga un vendaval incontrolable. He ahí el sentimiento clave: temor.
Cuando escucho a la gente decir "queremos paz", inmediatamente lo traduzco como un "ya no queremos tener miedo". Es precisamente este miedo a todo lo que caracteriza últimamente a mi ciudad, Monterrey, como a muchas otras ciudades de México.
El sábado pasado me ocurrió algo que en el momento me pareció sumamente ridículo. Me encontraba en la terraza de un bar frente a la Av. Eugenio Garza Sada cuando una motocicleta pasó a toda velocidad, y se escuchó una explosión del mofle de la misma. La gente, histérica porque asumió inmediatamente que se trataba de alguna explosión por arma de fuego o granada, se tiró al suelo. Dentro de la confusión, yo sabía que no había nada mal, pero no había forma de tranquilizar a las cerca de quince personas que no podían hacer otra cosa que estar en el suelo.
Al final, les ayudé a entrar al bar y cuando las cosas se tranquilizaron y todos se dieron cuenta que había sido solamente una motocicleta, volvieron a la terraza y siguieron con la velada como si nada hubiera ocurrido. Cuando todos estaban tranquilos me acerqué con algunos para preguntarles qué tanto se habían asustado, y la mayoría me dijo que en una escala del 1 al 10, su susto había sido del 8.
En ese momento yo pensaba que era una grandísima exageración asustarse tanto por nada.
Hoy me di cuenta que no fue el hecho mismo, ni el momento, ni la circunstancia específica la que les provocó ese nivel de miedo. Es la guerra que vivimos. Esa guerra incontrolable que nosotros no iniciamos, que nosotros no luchamos, y a la que nosotros no controlamos, pero en medio de la cual nos encontramos sin remedio. ¿Cómo puede haber tranquilidad y paz, si en cualquier momento llega una motocicleta a obligarnos a tirarnos al piso?
Lo que ocurrió en el Casino Royal es lo que todos tememos que nos ocurra. Hoy les tocó a ellos, por azares del destino, estar ahí. Mañana quizá nos pase a nosotros y no hay nada que podamos hacer para evitarlo, absolutamente nada. Podemos levantar la voz, quejarnos, pero toda esta situación realmente está fuera de nuestras manos.
No tenemos opción, lo de hoy para nosotros es vivir con miedo. Este karma debería alcanzarnos para pagar todas nuestras deudas.

sábado, 23 de julio de 2011

Los perros de Platón

Es curioso cómo unas cosas vuelven a nosotros y otras no. Los recuerdos son algo con lo que no se puede jugar, cuando llegan, no hay forma de escapar; cuando no llegan, no hay forma de recuperarlos.
Pues bien, hoy he traído todo el día en la mente una frase que no significaba nada para mí hasta que me puse a recordar con toda mi memoria. Tal frase me sonaba a otros días, días de filosofía y ocio, días de estudiante.
"Los perros de Platón", ¿qué cosa puede evocarte una frase tan imbécil como esa? ¿Eh? No le di importancia, porque pensé que seguramente era una de esas jugarretas que me pone a veces mi propia memoria, como para calibrar qué tan bien ando de recuerdos.
Reprobé. Y lo hice porque no tenía idea de dónde había salido tal frase, si era algo ficticio, si era algo inventado que mi propia mente me ofrecía como señuelo para caer en sus garras infinitas.
Pero no, después de un gran esfuerzo recordé. Vino a mí a toda "la República" de Platón. Vinieron a mí los guardianes, los artesanos, los artistas desterrados, el filósofo rey.
Y desde luego, vinieron a mí "los perros de Platón".
Decía Platón en este diálogo (quizá el más famoso. Ya saben, por aquello de la caverna y de la línea segmentada) que los guardianes del estado deben ser como perros. Listos para el combate, listos para ser poseídos por una pasión llamada ira, pero también filosóficos, también mansos. ¿Cómo, si no, iban a poder convivir con los demás ciudadanos? La respuesta es sencilla. El guardián, como el perro, debe ladrar a todo lo que le sea desconocido, y halagar a todo el que le sea conocido.
¡Ah! Ahora va volviendo todo a mí. Sí, esa actitud de perro. Esa actitud filosófica.
Pues ¿qué? ¿No somos acaso todos como los perros de Platón? ¿No ladramos a todo lo desconocido y halagamos a todo lo conocido? ¿No se ha convertido el hombre moderno en un perfecto guardián de sus prejuicios? Sí, a fin de cuentas eso somos, todos nosotros. Perros que ladran a lo que no conocen, perros que menean la cola ante la mano que le da de comer, sin importar de dónde ha salido esa comida.
"Los perros de Platón", me suena a novela del hombre moderno, a relato que hemos de contar a nuestros hijos. Les diremos: "Sí, un día nosotros fuimos hombres, pero invariablemente todos nosotros terminamos siendo los perros de Platón".

martes, 21 de junio de 2011

Sobre palabras y silencios

¿Por qué nos aferramos a algo tan débil y poco confiable como lo es la palabra? En el principio era el verbo, sí, pero ese verbo era más que verbo, era acción, era signo, era idea y era inteligencia. ¿Qué nos queda ahora de ese Logos primitivo que antes lo era todo? ¿No nos queda ya solamente una flatus vocis, un signo vacío, la ceniza de un fuego que hace mucho tiempo dejó de arder?
El valor de la palabra es algo que debe ser cuestionado. ¿Y con qué lo cuestionamos? Pregunta para el Aquiles que alguna vez alcanzará a esa tortuga.
La única respuesta que se me ocurre para la cuestión sobre la palabra es que nos aferramos a ella porque de alguna forma prolonga la existencia de quien la dice (por aquello tan común y poco razonable del miedo a la muerte). Lo dicho permanece de una u otra forma, con uñas y dientes intenta asirse del delgado hilo de la existencia; mientras que lo no dicho se pierde instantáneamente en la oscuridad del olvido, se disipa en el infinito de la no existencia.
¿Cuántas historias fascinantes se habrán perdido en ese abismo? ¿Cuántas historias que ahora nos fascinan serán nimiedades en comparación con aquello posible que por una u otra razón ha guardado silencio y ha desaparecido en la noche de lo inexpresado?
Esta es la historia de un hombre tan fuerte, que cuando la vida le daba golpes, él las interpretaba como caricias. Pero también está la otra historia, la jamás contada, la que se ha disipado en su espera a ser expresada, la historia de aquel hombre tan débil, que cuando el éxito lo rozaba por casualidad, él se desmoronaba.
El karma puede ser rastreado en las palabras, sí, pero trabaja más en los silencios.

viernes, 20 de mayo de 2011

Reflexiones sobre el fin del mundo

ANFITRIÓN.- ¡Oh hijo! Pues hijo mío eres, aun en la desgracia.
HERACLES.- ¿Es que me sucede algo lamentable y por esto lloras?
ANFITRIÓN.- Algo que hasta un dios que lo sufriera lloraría.

Monterrey, N.L. a 20 de mayo de 2011. Un día antes del fin del mundo, leía yo tranquilamente el "Heracles" de Eurípides, cuando me topé con esa sensacional frase que sirve de epígrafe para esta entrada.
Me hizo pensar en la cosmovisión del griego, y su estrecha relación tanto con la naturaleza como con los dioses. Irremediablemente en mi cabeza fueron surgiendo comparaciones - manía estúpida, provocada por esta maldita mente del diablo que no me deja descansar - entre aquel mundo y el nuestro.
Me vino a la memoria aquella famosa clasificación que hizo Comte de los tres "estados", y que aplican tanto para el individuo como para la sociedad en su conjunto. Los griegos estaban en una transición del estado teológico al estado metafísico, evolucionando, diría Comte, mientras que nosotros - oh la técnica, la bendita técnica - ya hemos pasado al estado científico.
Por ello vemos con desdén a ese mundo perdido, ese mundo en el que todas las cosas estaban relacionadas entre sí, ya sea con causas reales o imaginarias. Es decir, ¿cómo podían andar por la vida con esa cosmovisión de que la culpa no existe, de que un dios está detrás de todos los éxitos y los fracasos individuales? ¿No nos hizo Dios, ese Dios con D mayúscula porque es único, responsables de nuestros actos?
Imagínense, para los griegos era ridículo el concepto de un dios llorando por simples desgracias, tanto que para expresar un mal insoportable tenían que acudir a la imagen esa de "hasta un dios lloraría" para dar a entender la magnitud de la tragedia. Nosotros en cambio podemos imaginar a dios llorando sangre, cargando una cruz, muriendo ignominiosamente, pagando nuestros pecados. ¿No es señal de que somos un mundo infinitamente superior, que podamos imaginarnos a un dios esclavo pagando nuestras responsabilidades? Está clarísimo.
Definitivamente hay que criticarles eso a los griegos, tan crédulos ellos, tan religiosos con una pizca de metafísica en su religión. En cambio nosotros, los científicos, los avanzados, los que sabemos cosas, podemos estar orgullosos de habernos librado de toda mitología, de todo pensamiento absurdo, de toda causa imaginaria.
Qué bueno que me tocó vivir en esta época, tan libre de fantasmas y otras mitologías absurdas. Ah, y por cierto, esta es mi última entrada en el blog porque mañana Cristo regresa a la tierra para juzgar a vivos y muertos, y su reino no tendrá fin. Amén.
La polecía del karma abre temporada.

sábado, 7 de mayo de 2011

El imbécil que todos (los imbéciles) llevamos dentro

A mí que no me vengan con cuentos. El amor sí es una enfermedad mental. ¿De qué otra forma podría explicarse lo que hacemos en pos del amor?
¿O será que no es "el amor" lo que nos mueve a hacer esas cosas ridículas que a veces hacemos, esas cosas sin sentido que nos asaltan a los "enamorados", y en realidad son otros instintos los que nos mueven? Instintos más profundos, que están ahí listos para desencadenarse ante la menor provocación, ante el más mínimo atisbo de un pretexto? ¿Es el amor un gran pretexto para dejar salir al imbécil que todos llevamos dentro?
¡Ay! Tantas preguntas y tan pocos lugares para buscar las respuestas. ¿Existirá tal cosa, la respuesta? ¿O también es una de nuestras ilusiones? "Si hay pregunta, debe haber respuesta", es la lógica que utilizamos. Como si para todo sonido articulado debiéramos encontrar un objeto, una idea, algo que le corresponda. "¿Qué significará "aseñilikejague"?" ¿No es esto como una pregunta que no tiene respuesta? ¿No hay más sonidos sin significado que palabras? ¿No serán las "respuestas" una excepción, y no una regla?
¡Ay! Tantas preguntas. Si resultara que no hay respuestas, ¿no tendríamos que empezar a buscar en otro lado, y en última instancia, dejar de buscar?
Una cuestión más que debe ser investigada a fondo por La Polecía del Karma.

jueves, 21 de abril de 2011

Todos somos la excepción*

Un hecho de la vida es que casi todos nos creemos una excepción y no una regla. ¿A qué se debe este despliegue de orgullo por parte del animal más imperfecto y más alejado de la naturaleza que ha pisado la Tierra? No lo sé.
El punto es que yo creía lo mismo en muchos sentidos hasta que anoche tuve una gran revelación que, cual Saulo de Tarso, me tiró al suelo provocando que se me cayeran las escamas de los ojos.
Muy contento me dirigí al estadio Tecnológico, para ver a los Rayados, con la idea de que yo no participo de ese lavado de cerebro que se le hace a la gente de mi ciudad para que consuman cerveza, artículos deportivos que no utilizan, transmisiones de televisión de pago por evento, y otras tantas cosas que podemos pagar porque somos la raza trabajadora por excelencia.
Yo soy una excepción, ¿cierto? A mí me gusta el deporte, lo hago porque soy un verdadero aficionado, me gusta analizar la táctica de los partidos, me gusta más ir al estadio porque puedo ver cómo se paran los equipos, cómo se van realizando los cambios tácticos durante el encuentro, en fin, no soy un aficionado más de esos que sólo van a emborracharse y gritar (y brincar porque el que no brinque es tigre).
Pues bien. He aquí mi revelación. Estoy sentado en preferente, la segunda localidad más barata del estadio. Volteo a mi alrededor y está toda el área de preferente llena; general, lo más barato del estadio, abarrotado; especial, las áreas numeradas y no numeradas, lleno; numerado, con algunos huecos considerables; palcos, la localidad más cara del estadio, casi vacíos.
A ver, ¿cómo? ¿Por qué yo y los de la clase trabajadora estábamos ahí, pagando por ver, consumiendo cheve, refrescos, etc., mientras que los de las clases acomodadas están en otras partes, seguramente haciendo cosas maravillosas con sus maravillosas vidas? ¿Qué, están cerrando contratos millonarios para seguir explotándonos?
Pues bueno, así me sentí. Timado. Engañado por una industria que espera de mí precisamente lo que les doy. ¿Qué tanto somos capaces de ser libres, si hasta nuestro tiempo libre es algo impuesto? Ahí mi reflexión. Así, sin conclusiones, porque las conclusiones quizá ya fueron hechas pero yo todavía no las descubro (ya saben, por estar viendo el futbol y así).

*Los hechos aquí expresados pudieron haber sido exagerados, alterados, o cambiados de cualquier otra forma por parte del autor. Las opiniones, sin embargo, son auténticas aunque no valen nada.

lunes, 28 de marzo de 2011

El Pesimismo es un Humanismo

Sí, ¿y qué? Así empieza este post, porque las mejores cosas en la vida vienen precedidas por un título sensacionalista que atrapa las miradas de todos; porque no importa de qué se hable, ni quién lo diga, en estos días cualquier cosa es un humanismo; porque se me dio la gana.
Lo peor del pesimismo, indudablemente, son sus efectos directos en el sueño. ¿Dormir para qué? ¿Despertar para qué? Son los pensamientos recurrentes del pesimista, que sabe que un día más no hace diferencia alguna. Mañana será igual que hoy, y no hay nada que podamos hacer al respecto. El esfuerzo es proporcional a la magnitud de la derrota. El Imperio Romano perduró mil años, y su caída fue la más grande caída de un Imperio.
Hasta los dioses del Olimpo fueron vencidos por un judío crucificado. ¿Qué podemos esperar nosotros, los simples mortales, si no lo peor?
Viene lo peor, sin duda, y pensar en eso día con día, sin tregua ni descanso, es lo peor del pesimismo.
Lo mejor del pesimismo es que es un humanismo. Pero eso a nosotros, los pesimistas, nos tiene sin el menor cuidado.
¡Ay karma, ya me volviste a dar!

martes, 22 de febrero de 2011

Se busca...

¿Qué se puede esperar de un funcionario público que se burla así de la gente a la que gobierna? ¿En qué cabeza cabe afirmar algo tan ridículo como lo que declaró el Secretario de Hacienda, Ernesto Cordero? ¿Qué lo motivó a hablar así, tan a la ligera, de un tema tan delicado?
Todas son preguntas que seguramente van a quedar en misterios. En unos días todo estará olvidado. En fin, el show continuará.
Mi propuesta sería que con base en las declaraciones de este señor, de forma inmediata se homologara el sueldo de todos los servidores públicos en 6 mil pesos. Desde los que hacen la limpieza en las dependencias de gobierno, hasta policías, maestros, alcaldes, gobernadores, secretarios y el mismísimo presidente.
Cuando eso pase, que vuelva a hablar el señor a ver si sigue opinando igual.
¡Cuidado, Secretario Cordero, la polecía del karma te anda buscando!

miércoles, 16 de febrero de 2011

Las donitas del karma y las heces


De mi paseo por la Condesa aprendí que los habitantes de ahí no recogen los excrementos de sus mascotas y que el karma está en todos lados.
Las heces de los animalitos terminan en los piececitos de los transeúntes, y las donitas saladas del karma terminan en las heces de los transeúntes.

martes, 8 de febrero de 2011

El espectáculo debe continuar...

En una sociedad del culto a la imagen, como en la que vivimos actualmente, es de esperarse que las grandes decisiones se tomen con base en "quién está viendo". En todos los ámbitos de la vida pública, desde la artista que vende una imagen y empeña hasta las joyas de la abuela para no perderla, hasta el político carismático que promete ser la solución de todos los problemas sociales, de lo que se trata aquí es de vender a un personaje.
El término "personaje público" encaja perfectamente con la realidad de estos individuos "públicos" que no tienen derecho a ser auténticos mas que en aquello en lo que su propia opinión concuerde con lo que quieren vender, con la percepción que desean que el público (aquí el público se conforma de cientos, miles, millones de personas comunes y corrientes que desean "comprar" personajes) reciba de ellos.
Para seguir con el símil, cuando la obra representada tiene rating, cuando tiene éxito entre los espectadores, cuando a uno, diez, cien, dos millones de personas comunes y corrientes les agrada aquello que están pagando por ver, entonces se puede hablar de éxito. Nuevamente esto aplica para cualquier situación pública, tanto en mercadotecnia, como en el mundo del espectáculo, en los medios de comunicación, y por supuesto, en la madre de todos los espectáculos modernos, en la política.
¿Qué ocurre si a uno de los personajes, unilateralmente, y por simple capricho, sin causa, sin razón, decide cambiar el script y decir líneas que no le corresponden? Pues muy fácil, se le reprende, se le conmina a que se apegue a lo escrito, se le urge a no alterar la estética de un espectáculo armonioso y exitoso.
Se apela a mil nombres para dar peso a esta reprensión, como "sentido común", "leyes de buena convivencia", "tolerancia", "ética", etc.
El ejemplo más reciente y ya bastante sonado, el "fin de la relación contractual" entre Carmen Aristegui y MVS Radio por una supuesta "falta contra el código de ética" de la empresa por parte de la periodista.
Esto se traduce, en palabras simples, sin la jerga del business show, en "la señora traspasó un límite, se espera de ella esto, porque de la empresa para la que trabaja se espera esto; si ella hace lo otro y no esto, ella está mal, ella infringe nuestro código de ética, ella exhibe una falta de profesionalismo, ella es culpable y debe ser cesada del puesto del cual abusó".
Todas las conclusiones que puedan sacarse de esta tragicomedia representada por políticos, medios, periodistas y demás involucrados están de más. No hay que olvidar que todo es un show. Sólo quedan dos preguntas por hacer, y son dos preguntas que pierden su sentido en medio de tanto sinsentido, que pueden ser otra máscara de los personajes que hemos comprado, que pueden ser preguntas serias o el último de los chistes de la obra: "¿Qué pasaría si en realidad el script nunca fue cambiado, si en realidad todo fue planeado así para dar la ilusión de resistencia?"; y claro, "¿Qué tal si no hay script, y la verdad detrás de todo esto es que simplemente somos estúpidos?"
Los mejores detectives de la polecía del karma ya trabajan en el caso...

viernes, 4 de febrero de 2011

Imagínate despertar y recordar que eres mexicano...

Una vez, hace no mucho tiempo, viajaba en metro en el D.F. cuando no pude evitar escuchar una conversación que dos personas tenían a mi lado (quien haya viajado en metro a hora pico en la Cd. de México entenderá a qué me refiero con "no pude evitar escuchar"). Uno de los tipos se quejaba airadamente de los largos trámites que se vio obligado a realizar para obtener no sé qué permiso, mientras el otro intentaba convecerlo de que la burocracia es un mal necesario si ha de haber un orden en las cosas. Hubo un momento en el que el primero de los sujetos levantó tanto la voz y dio tal énfasis a sus palabras, que casi todos los que estábamos cerca de él volteamos a verlo. Lo que esta persona casi gritaba era "¡Es que en este país no es posible hacer bien las cosas!"
Afortunadamente en ese momento se abrieron las puertas del vagón y ellos salieron abriéndose paso a empujones, patadas y manotazos, y de esa forma ya no tuve que saber en qué se basaba el caballero para hacer tal afirmación. El resto de la gente volvió a perderse en sus pensamientos, o a refugiarse en sus libros, o a platicar con sus acompañantes y el resto del viaje siguió en una absoluta tranquilidad.
¿A qué viene esto? Lo relato porque me parece que asegurar que "en este país no es posible hacer bien las cosas", es una ofensa muy grande contra todos los que somos mexicanos. Es como si alguien se parara frente a ti blandiendo un dedo acusador y te dijera "¡Eres un inútil, bueno para nada! No sólo no haces bien las cosas, ni siquiera existe la posibilidad de que eso ocurra". Pero no sólo eso, ese alguien también agregaría "porque lo llevas en la sangre, porque eres mexicano".
¿Qué denota esa expresión tan común, que muchas veces he escuchado por ahí, pero a la que nunca había puesto atención hasta hoy? ¿Ese tan trillado "en este país...", que sirve para justificarnos algunas veces, para acusar en otras, o para simplemente desahogar nuestra frustación en no pocas ocasiones? ¿Qué es si no un insulto a nuestros padres, a nuestros abuelos, pero también a nosotros mismos?
Nadie en el vagón saltó a defenderse, a defender a su país. Nadie se indignó al punto de devolverle insulto por insulto, diente por diente. A nadie le afectó en lo más mínimo tal afirmación. No sé si porque no comprendieron lo que se decía, o no lo tomaron en serio, o estaban de acuerdo.
El punto es que ahora con el escandalazo que produjeron unos chistes que fueron transmitidos por televisión en Inglaterra, no puedo sino reirme de la reacción que han provocado. ¿Cómo es posible que ahora sí nos sentimos ofendidos? ¿Ahora sí nos indignamos y exigimos una disculpa? ¿Ahora sí respondemos a los 'insultos' con insultos? Cuando es evidente que sólo se trataba de un recurso humorístico para abordar un tema que probablemente resultaría aburrido para un público al que seguramente no le interesa saber que existe un auto deportivo mexicano. "¿Alguna vez han querido un auto deportivo mexicano?" ¿Qué respondería la persona que aseguró tan categóricamente que "en este país no es posible hacer bien las cosas"?
Habrá que reflexionar un poco sobre el concepto que tenemos sobre nosotros mismos y en la posibilidad de que quizá tales afirmaciones hechas en el programa inglés fueron tan desvirtuadas y sacadas de contexto porque en el fondo son las cosas que sí pensamos de nosotros mismos, pero que no nos gusta escuchar en labios ajenos.
La polecía del karma también vigila ahí donde el ojo humano ya no distingue nada...

domingo, 2 de enero de 2011

¿Para qué echar a perder algo bueno?

¿Has escuchado hablar de aquel Dios que sacrificó su ojo izquierdo para poder ver el pasado, presente y futuro con el derecho?
Ahora vive muy feliz en algún lugar fuera de Colono, ciego, pues no soportó aquello que veía.