martes, 21 de junio de 2011

Sobre palabras y silencios

¿Por qué nos aferramos a algo tan débil y poco confiable como lo es la palabra? En el principio era el verbo, sí, pero ese verbo era más que verbo, era acción, era signo, era idea y era inteligencia. ¿Qué nos queda ahora de ese Logos primitivo que antes lo era todo? ¿No nos queda ya solamente una flatus vocis, un signo vacío, la ceniza de un fuego que hace mucho tiempo dejó de arder?
El valor de la palabra es algo que debe ser cuestionado. ¿Y con qué lo cuestionamos? Pregunta para el Aquiles que alguna vez alcanzará a esa tortuga.
La única respuesta que se me ocurre para la cuestión sobre la palabra es que nos aferramos a ella porque de alguna forma prolonga la existencia de quien la dice (por aquello tan común y poco razonable del miedo a la muerte). Lo dicho permanece de una u otra forma, con uñas y dientes intenta asirse del delgado hilo de la existencia; mientras que lo no dicho se pierde instantáneamente en la oscuridad del olvido, se disipa en el infinito de la no existencia.
¿Cuántas historias fascinantes se habrán perdido en ese abismo? ¿Cuántas historias que ahora nos fascinan serán nimiedades en comparación con aquello posible que por una u otra razón ha guardado silencio y ha desaparecido en la noche de lo inexpresado?
Esta es la historia de un hombre tan fuerte, que cuando la vida le daba golpes, él las interpretaba como caricias. Pero también está la otra historia, la jamás contada, la que se ha disipado en su espera a ser expresada, la historia de aquel hombre tan débil, que cuando el éxito lo rozaba por casualidad, él se desmoronaba.
El karma puede ser rastreado en las palabras, sí, pero trabaja más en los silencios.