sábado, 23 de julio de 2011

Los perros de Platón

Es curioso cómo unas cosas vuelven a nosotros y otras no. Los recuerdos son algo con lo que no se puede jugar, cuando llegan, no hay forma de escapar; cuando no llegan, no hay forma de recuperarlos.
Pues bien, hoy he traído todo el día en la mente una frase que no significaba nada para mí hasta que me puse a recordar con toda mi memoria. Tal frase me sonaba a otros días, días de filosofía y ocio, días de estudiante.
"Los perros de Platón", ¿qué cosa puede evocarte una frase tan imbécil como esa? ¿Eh? No le di importancia, porque pensé que seguramente era una de esas jugarretas que me pone a veces mi propia memoria, como para calibrar qué tan bien ando de recuerdos.
Reprobé. Y lo hice porque no tenía idea de dónde había salido tal frase, si era algo ficticio, si era algo inventado que mi propia mente me ofrecía como señuelo para caer en sus garras infinitas.
Pero no, después de un gran esfuerzo recordé. Vino a mí a toda "la República" de Platón. Vinieron a mí los guardianes, los artesanos, los artistas desterrados, el filósofo rey.
Y desde luego, vinieron a mí "los perros de Platón".
Decía Platón en este diálogo (quizá el más famoso. Ya saben, por aquello de la caverna y de la línea segmentada) que los guardianes del estado deben ser como perros. Listos para el combate, listos para ser poseídos por una pasión llamada ira, pero también filosóficos, también mansos. ¿Cómo, si no, iban a poder convivir con los demás ciudadanos? La respuesta es sencilla. El guardián, como el perro, debe ladrar a todo lo que le sea desconocido, y halagar a todo el que le sea conocido.
¡Ah! Ahora va volviendo todo a mí. Sí, esa actitud de perro. Esa actitud filosófica.
Pues ¿qué? ¿No somos acaso todos como los perros de Platón? ¿No ladramos a todo lo desconocido y halagamos a todo lo conocido? ¿No se ha convertido el hombre moderno en un perfecto guardián de sus prejuicios? Sí, a fin de cuentas eso somos, todos nosotros. Perros que ladran a lo que no conocen, perros que menean la cola ante la mano que le da de comer, sin importar de dónde ha salido esa comida.
"Los perros de Platón", me suena a novela del hombre moderno, a relato que hemos de contar a nuestros hijos. Les diremos: "Sí, un día nosotros fuimos hombres, pero invariablemente todos nosotros terminamos siendo los perros de Platón".