lunes, 20 de febrero de 2012

Parque México (O cómo dos prietos no pueden pasear a gusto ahí)

Después les hablaré de Manuel. Por ahora basta decir acerca de él que es el encargado de un hostal de la colonia Condesa, en la Ciudad de México.

Esa vez, fue Manuel el que nos recomendó a mi amigo y a mí que buscáramos retas de futbol en el Parque México. Eran aproximadamente las 7:30 p.m., y ya había caído la noche cuando llegamos. ¿Se representan la imagen? Dos regiomontanos feos, prietos y fachosos deambulando por ese parque a la hora en la que está más concurrido.

Pues ahí vamos confiados en que no tiene nada de malo recorrer un parque de punta a punta para buscar algo que nos dijeron que iba a haber ahí. Pero no.

No, señor. Dos regios feos, prietos y fachosos no pueden deambular por entre la gente bonita y nice de la Condesa sin levantar sospechas de esas nobles y tiernas almas. Así que se detiene una patrulla al lado de nosotros, y dos oficiales de policía (por decir algo) se acercan a nosotros con una estrategia que seguro les enseñó el FBI: uno nos aborda de frente y el otro rodea unas plantas y árboles para llegar de costado a nosotros.

Nos preguntan todo, que a dónde íbamos, que de dónde éramos, que dónde nos hospedábamos. Nos solicitaron una identificación, pero como dejamos todo en el hostal, no pudimos proporcionársela. Nos regañaron por eso, y al final, cúspide del momento más ridículo o más algo que he tenido en mucho tiempo, nos registraron en busca de armas, drogas o qué sé yo qué habrán imaginado los señores.

Antes de que nos registraran, le pregunté a uno de los polis, al de la panza más prominente, porque tengo entendido que según el rango es la panza, el porqué de tanto show. Me respondió con un simple “los vecinos los reportaron como sospechosos”.

Cien personas paseando en el parque (algunos besándose en las bancas de los rincones más oscuros, otros fumando mota en rincones ni tan oscuros) y los sospechosos éramos nosotros. Los regios feos, prietos y fachosos.

Así es como funcionan las cosas aquí. Así es como aplica aquel dicho de “como te ven, te tratan”. Así es como dos regios feos, prietos y fachosos no pueden pasear por el Parque México sin levantar la sospecha de que algo malévolo traman. Así es como hacemos tributo a la época en la que vivimos, esa época del culto a la imagen, esa época superficial y de juicios inmediatos en la que estamos inmersos.

Al final, para colmo, ni siquiera juegan futbol.

martes, 14 de febrero de 2012

¿Qué celebramos cuando decimos "amor"?

“¿Por qué no celebras el 14 de febrero?”, me preguntaron. Pues bien, la respuesta es sencilla y directa: no celebro eso que ustedes llaman “día del amor y la amistad” porque –¡ay, tragedia moderna generalizada!– el nombre no se corresponde con lo que representa.

Conste que no estoy “en contra” del amor porque, a fin de cuentas, ni siquiera sé a qué se refieren ustedes con eso. El concepto es bastante subjetivo y puede abarcar una infinidad de emociones que luego pretendemos resumir con ese nombre. Jamás voy a estar contra las pasiones, y el amor es, en definitiva, una de ellas.

Lo que no apoyo es la forma en que se pretende restringir a esa pasión, definirla en límites estrictos, establecer protocolos adecuados para su expresión, y sobre todo, estandarizarla con ciertos lineamientos para su correcto uso.

Esta idea de la estandarización no es exclusiva para las celebraciones, pues podemos verla en muchos ámbitos de la sociedad. En la educación, por ejemplo, tenemos las “competencias”; en la política, la “democracia”; en la industria, la “calidad de la producción en línea”. Siempre estándares, siempre todo igual.

El estándar para un “día del amor y la amistad” es simple, de tal forma que hasta el más humilde de los hijos de la virgencita de Guadalupe pueda seguirlo sin necesidad de esfuerzo: uno va a las tiendas, compra flores, compra chocolates, compra globos y es feliz porque tiene amor.

Por fin hemos logrado lo que nuestros ancestros soñaban, es decir, hemos convertido al “amor” en un producto. No sólo el 14 de febrero, pues el 10 de mayo, el 24 de diciembre, y así en todas las fechas “importantes” ocurre exactamente lo mismo.

Vivimos en un mundo limitado, en una sociedad de autómatas que nos programa hasta lo que debemos sentir, y eso es lo que celebramos todos los 14 de febrero, todos los 10 de mayo y todos los 24 de diciembre de nuestras vidas. Estamos representando un panegírico teatral para el estándar, para la norma, para la falta de individualidad.

Decía Marx que el hombre pleno, el hombre no alienado, podía permitirse cazar por la mañana, pescar por la tarde, arrear ganado por la noche y, en los tiempos libres, ser crítico de las ideas; todo esto sin necesidad de ser cazador, pescador, ganadero o crítico exclusivamente. Pues bien, me parece que el hombre de nuestras sociedades tiene una plenitud distinta, que nos caracteriza, nos define: nosotros somos felices comprando esferitas en diciembre, chocolates en febrero, juguetes en abril y dulces en octubre; ahí está lo que nos queda.

¡La polecía del karma desea un feliz “día del amor y la amistad” para todos! Un feliz día de la estandarización, la pérdida de la individualidad y las pasiones programadas.