martes, 15 de mayo de 2012

Un chango con pistola


Anoche no podía conciliar el sueño. Cualquier sonido que se escucha después de cierta hora me parece amenazador. Es una cosa terrible esto de vivir con miedo, pero dadas las circunstancias ya no se puede vivir de otra forma.
Los que me siguen en Twitter saben que hace apenas unas semanas intentaron asaltarme justo en la puerta de mi departamento, en Torreón.
Salí con mi morra un domingo por la noche a comprar agua, aquí nomás, cruzando la calle, y cuando volvíamos se nos acercó un tipo armado que nos amagó. Nos pidió celulares, no los traíamos; nos pidió carteras, no las traíamos; nos pidió la llave del coche, no la traíamos. Al final sólo se llevó veinte pesos, lo único que sí teníamos aunque no nos lo haya pedido.
Antes de irse, eso sí, muy amablemente, nos interrogó: “¿Ustedes son los que andan peinando, verdad?” y “¿Supieron lo que le acaba de pasar al güey de aquí enfrente? Lo tronaron”, y nos amenazó diciendo que iba a estar vigilándonos.
Eso no es nada.
Esta semana me enteré de que a un amigo mío de Monterrey lo secuestraron diez horas, también en la puerta de su casa, para pedirle a su familia un rescate de quinientos mil pesos.
¡Quinientos mil pesos! ¡A una persona trabajadora de clase media!
Pues bien, las negociaciones de los secuestradores con la familia de mi amigo llegaron hasta un punto en el que ellos tuvieron que ceder y lo dejaron libre cuando recibieron la cuantiosa cantidad de catorce mil pesos.
¿Se puede apreciar lo que hay aquí?
Son simples ladroncillos. Tanto el que me amenazó a mí como el que secuestró a mi amigo son simples ladroncillos; mentecatos con armas de fuego que se sienten omnipotentes porque pueden amedrentarnos y manipularnos tan solo por el hecho de que si se les antoja nos disparan y ya, se acaba el problema para ellos.
No preocupa que haya este tipo de gente, porque siempre la ha habido. Lo que preocupa aquí es la impunidad con la que se manejan. Yo no puse ninguna denuncia. Mi amigo no puso ninguna denuncia. Y no lo hicimos por razones complicadas u ocultas, lo hicimos simple y sencillamente porque tenemos miedo.
Miedo.
Acá nos movemos en varias ciudades de México, señores, entre el miedo. Salir a la calle representa para nosotros un riesgo inimaginable para mucha gente; confiar en la gente es un lujo que ya no podemos darnos. Estamos cautivos, presos.

Estas condiciones de vida no son dignas de alguien que presume de vivir en una democracia, que pretende tener derechos humanos. Así no se puede tener una calidad de vida aceptable, no se puede dormir durante la noche, no se puede disfrutar durante el día. Uno supone que algo se está haciendo mal. ¿No nos damos cuenta de que algo estamos haciendo mal?
Ahora la pregunta, la gran pregunta para todos nosotros no puede ser ya otra: ¿Qué es lo que tenemos que cambiar? ¿Qué es lo que hemos venido haciendo mal? Ojalá podamos responderla a tiempo, antes de que nos mate algún troglodita con pistola.