miércoles, 22 de agosto de 2012

Adiós a Torreón


Pronto llegará el momento de despedirme de esta ciudad horrible y me alegra, me alegra mucho.
Ya no voy a sufrir el sofocante calor del desierto cada que tenga que salir a la calle entre ocho de la mañana y ocho de la noche; ya no me sorprenderán repentinas tormentas de arena que aquí en el rancho la gente llama “tolvaneras”; ya no voy a tener que apurarme para llegar a mi casa antes de las diez de la noche por el temor a que me asalten ni tendré que estar siempre alerta por la posibilidad de que se desate una balacera en cualquier momento; ya no me toparé con soldados, policías federales ni policías municipales armados peor que Rambo cuando lo mandaron solito a Afganistán y tampoco sentiré ese miedo tan arraigado y convertido en cualquier otra cosa que sentimos los que vivimos en una ciudad sitiada.
Sólo estuve cinco meses y estaré uno más pero me voy con la experiencia de mi primer incidente como víctima de asalto a mano armada, con vocabulario nuevo y con el peor recuerdo que tengo de cualquier ciudad a la que haya ido. Sin embargo, también me da algo de pena, también siento que voy a dejar algo aquí que ya no voy a recuperar en ninguna parte. Dejo amigos, dejo gente interesante que pude conocer en este brevísimo tiempo, dejo proyectos que me harían muy feliz si a pesar de todo tuviera que quedarme.
Adiós, Torreón. No voy a extrañarte [aunque quizá sí, poquito, a veces, cuando me acuerde de que a pesar de todo lo malo que tienes también tienes a tu gente buena e interesante, cuando me acuerde de que a pesar de todo fuiste mi hogar durante casi seis meses, pero más que nada, cuando me acuerde de los lonches de adobada].

Adjunto glosario lagunero:
Asquel: Del náhuatl “āskā-tl”, hormiga pequeña. Hormiga pequeña.
Hamburguesada: De “hamburguesa”. Evento en el que la principal característica es la venta multitudinaria de hamburguesas con el fin de recaudar fondos para una causa específica.
Lonche de adobada: Pan francés relleno de carne adobada de puerco, tomate, lechuga, aderezos. Aguacate opcional [lonche mixto de adobada].
Moyote: Del náhuatl “amoyotl”, mosquito de agua. Mosquito pero no necesariamente de agua.
Pollocoa: Híbrido de las palabras “pollo” [castellano] y “barbecue” [inglés]. Ver “hamburguesada”; lo mismo pero con pollos. [En general, la partícula “-ada” utilizada como sufijo cumple la función de indicar un evento en el que la característica esencial del evento se refiere al sustantivo al que se le agrega. V.g. Albercada, Burrada, Charreada, Tardeada.]
Reborujado: De “burujo”. Revuelto.
Refri[geración]. f. Sistema de aire lavado.
Tortillón: De “tortilla”. Tortilla gigante rellena con un guiso que puede variar. Casi equivalente al burrito, con la diferencia de que el burrito se enrolla y el tortillón se dobla.

miércoles, 8 de agosto de 2012

La gran aportación de Metrocles a la filosofía


En “Vidas de los filósofos más ilustres”, Diógenes Laercio presenta los datos biográficos, tanto los comprobados como los dudosos, de una considerable cantidad de pensadores griegos. En la lista se encuentran Parménides, Heráclito, Sócrates, Platón, Aristóteles, entre otros.
Entre tanto nombre docto destacan algunos menos conocidos y tampoco faltan otros que probablemente la mayoría de la gente no ha escuchado nombrar jamás.
En ese conjunto de filósofos ilustres desconocidos podemos encontrar a Metrocles.
¿Quién fue Metrocles? ¿Qué sabias palabras dijo? ¿Qué aportó a la historia de la filosofía para estar considerado dentro de los nombres más ilustres?
Se tiró un pedo.
No es broma. Metrocles es famoso y pasó a la historia por tirarse un pedo.
Mientras que Diógenes Laercio dedica grandes extensiones del libro a las biografías de Sócrates, Platón y los demás rockstars de la filosofía griega, a nuestro Metrocles apenas le asigna una página en la que brevemente relata la anécdota por la que este personaje pasó a la historia.
Un día en plena lección de filosofía con Teofrasto Peripatético (alumno de Aristóteles) se le escapó involuntariamente una ventosidad. Fue tal su vergüenza que se encerró en su habitación con la intención de dejarse morir.
Un cínico (no cínico por sinvergüenza, bueno sí, pero no nada más porque sí, también alumno de Diógenes el Can [y de ahí “cínicos” a los seguidores de su filosofía]) llamado Crates, armándose de valor y de gases mediante la ingestión de altramuces, entró a la habitación con él y lo convenció de que nada tenía de malo producir y liberar ventosidades cuando esto era acorde a natura; luego de su argumento irrefutable zanjó la cuestión pedorreándose también, con lo cual terminó de convencer a Metrocles, quien desde entonces se convirtió a la filosofía cínica.
Y ya, Diógenes Laercio explica un poco más de la vida de Metrocles pero en realidad todo se reduce a que un día se le escapó una ventosidad. Más adelante en el texto dice Diógenes que Metrocles murió muchos años después, sofocándose a sí mismo (los caminos de dios son misteriosos, irónicos).
Cuando pienso en nuestro querido Metrocles y de su gran aporte a la filosofía, un pedo, no puedo evitar acordarme de tantos otros filósofos solemnes y eminentes que pasaron a la historia por tener pensamientos complejos y complicados, que bien pudieron surgir bajo la influencia de un gas atorado.
¡Oh, Kant! ¡Oh, Hegel! ¡Oh, Heidegger! Me recuerdan tanto a Metrocles.