martes, 20 de noviembre de 2012

Que viva la revolución mexicana [y cualquier otro pretexto para no trabajar]

El humano es un animal de costumbres. Se nos da la oportunidad y convertimos cualquier novedad en rito, ceremonia, monotonía.
Basta con ver un calendario para darnos cuenta de que necesitamos tener la sensación de que las cosas son iguales una y otra vez, y que además no se nos dificulta para nada lograrlo. Aparte de celebrar el santoral, nuestra modernidad que tiene la consigna de la innovación a toda costa, se ha dedicado en los últimos años a ponerle nombre a todos los días (y, ¿por qué no soñar con ello?, días a todos los nombres).
Entran aquí toda clase de nombres para apretujarse en el modesto tablero de 365 casillas: "el día de la tolerancia", "el día internacional de la mujer", "el día mundial de la salud", y una interminable lista de etcéteras.
Todo esto no significa nada en absoluto. Hemos banalizado tanto los conceptos que ya ni siquiera sabemos a lo que nos referimos cuando los nombramos; pero esto no es exclusivo de los nombres porque hemos hecho lo mismo con los personajes históricos, con los representantes de la raza humana que antes se conocían como "héroes", con la historia misma.
"¿Qué es eso de la revolución mexicana?", sería una buena pregunta que ya ni siquiera se formula. Sí, claro, tenemos alguna noción vaga que le debemos a los excelentes programas de nuestra educación básica, pero en realidad nada importa, ni saber qué celebramos, ni celebrarlo realmente, porque si nos ponemos a investigar sobre el tema corremos el riesgo de desperdiciar esos días de asueto que nos dieron los señores con nombre de calle.
Aquí es donde estamos, inmersos en esta dinámica que le quita la sustancia a todo porque no tiene tiempo de nada, que trabaja, que marcha y cuya vida es marchar. Es un círculo vicioso que con una mano nos empuja al ciclo y con otra a veces hace como que nos salva. "Días de asueto", le llamamos al breve respiro que algunas veces nos podemos permitir.
El pretexto, como siempre ha pasado y como siempre pasará, es lo de menos.

miércoles, 14 de noviembre de 2012

Cholula es otra cosa

Cuando uno escucha eso del "choque cultural" se imagina a un árabe, un judío y un gallego entrando a un bar, o algo por el estilo, estereotipos de culturas que son totalmente ajenas, que no comparten ni el lenguaje, ni las costumbres, ni las creencias; pero hay otra forma de choque cultural que uno apenas siente cuando viaja por las ciudades de su país, ciertas formas de hablar, ciertas costumbres que difieren un poco de aquellas que se tenían en el terruño, gestos apenas a la hora de hablar, y que se va haciendo más notorio cuando uno se queda a vivir en otra parte.
Ahora que estoy en Puebla me está dando eso del choque cultural en forma de desconcierto y confusión ante ciertas particularidades de esta gente que tiene otra cultura, otra visión del mundo, las cuales sinceramente no entiendo.
Cuando estuve en Torreón había de vez en cuando alguna cosilla que me causaba risa, o que me parecía curiosa, que desentonaba con lo que yo conocía de cómo son y deben ser las cosas. Toda mi infancia y adolescencia viví y conviví con gente de Monterrey y de Saltillo, ciudades que no difieren mucho en usos y costumbres, y Torreón no está muy lejos de aquellas dos.
Hay un famoso eslogan que utilizan en Saltillo para referirse a su ciudad, "Saltillo es otra cosa", dicen, pero a mí no me lo pareció. Ahora bien, Cholula, no sé ni por donde empezar, Cholula sí que es otra cosa.
Ya me iré adaptando, porque para eso está uno, para adaptarse y ajustarse y estrecharse y expandirse; para cambiar, pues, y acabarse en el camino. Pero por lo pronto estoy aquí, un norteño que no sabe pa' dónde queda el norte, perdido en esta ciudad, con esta gente, con esta cultura que desconozco por completo y que -virgencita plis- espero asimilar pronto.