jueves, 13 de diciembre de 2012

Querido diario



A las ocho de la noche prendí el carbón para asar la carne, con los preparativos que eso implica [fui a Sam’s. Sí, a Sam’s, a pesar de que en esta época todos aprovechan para ir más de paseo que por necesidad y compran sus tonterías que no necesitan, y todo es risas y diversión hasta que llega enero y se dan cuenta de que hay que comer. {Jaime Muñoz me dio una vez por tuiter la mejor definición que tengo sobre la navidad: el gastadero de lo que no hay}]. Me tomé una cervecilla oscura alemana que compré por convivir, por aquella cuestión del calor que uno enfrenta al encender el carbón y pasarse un rato en la parrilla, asando la carne que disfrutarán los demás pero que sobre todo disfrutará uno mismo cuando se libre de las tareas del hombre-parrilla.
Fueron pasando las horas y la conversación tomó rumbos inesperados –nunca sabe uno qué rumbos pueden tomar las conversaciones si hay una abogada, dos psicólogas, una diseñadora gráfica y un flamante licenciado en filosofía en la conversación– y terminamos hablando sobre la inexistencia de la justicia y las mujeres influyentes de la historia como Leidi Di, Selena y Jenni Rivera.
El partido de futbol que yo esperaba ver era a las cuatro de la mañana pero cuando yo estaba terminando de escribir esta entrada para el blog eran apenas las tres y yo tenía un sueño que ya no podía [en parte por las cheves alemanas y en parte porque tengo un sueño acumulado de varios días gracias a mi trabajo que –ay, nanita– a veces me da más miedo que el mismísimo SAT] soportar.
En resumen: hice una carne asada y esperaba desvelarme pero me fui a dormir porque ya estoy viejo, ya no estoy para estos trotes y porque al rato van a hacerle a mi morra una operación de rutina que no por ser simple me tiene más tranquilo, y tenía que encontrar la forma de desahogarme, así que decidí venir con ustedes y pedirles cadenas de oración para que mi morra salga bien en su operación y para que a mí se me quite lo pendejo.