Ya ni a los perros los hacen como antes. En los buenos viejos tiempos, cuando todavía no nos hacía falta ver más bax, cuando los diálogos matones en las películas de Stallone, de Bruce Willis y de Schwarzenegger eran recalcitrante poesía, los perros aún se consideraban animales y se trataban como tales.
Uno podía tener a su perro en el patio toda la vida, no sacarlo a pasear ni una vez y agarrarlo a zapes y patines cuando rompía cosas, y ellos sabían que ese era su lugar. Ay de aquel que osara desafiar al amo con una mordida porque ese iba directito a la perrera, a morder a las inmortales Valquirias en su camino al Valhalla de los Perritos.
¿Casitas? ¿Camitas? ¿Suetercitos? ¿Botitas? ¿Comida orgánica? ¡Nada! El perro se iba al patio y se echaba donde hubiera lugar; si llovía, se mojaba; si hacía frío, se acurrucaba; si tenía calor, se desparramaba; y las sobras de la comida eran suficiente alimento para tales bestias que se conformaban con la vida que les había tocado, porque así eran las cosas, porque no había posmodernillos correctitos que nos dijeran que todo está mal.
Ahora no, ahora hasta los perros son millennials, son perrennials. Hay que tratarlos bien, tratarlos bonito; que no sufran nada, que estén mejor que nosotros; que tengan su casita para cuando se tengan que quedar en el patio, pero de preferencia que nunca se tengan que quedar en el patio; que tengan su camita o, mejor, que duerman en nuestra propia cama, con nosotros, como si los animales fuéramos nosotros; que sean los dueños de la casa, que destruyan a placer, que se caguen donde sea, porque pobrecitos, no hay que pegarles, ellos no tienen otra familia que nosotros, y mira sus ojitos, tan tiernos, tan humanos, tan frágiles, cómo van a ser bestias, cómo van a ser animales.
No, no, ya no hacen a los perros como antes. Millennials los dueños, perrennials los animales.