Anoche no
podía conciliar el sueño. Cualquier sonido que se escucha después de cierta
hora me parece amenazador. Es una cosa terrible esto de vivir con miedo, pero
dadas las circunstancias ya no se puede vivir de otra forma.
Los que me
siguen en Twitter saben que hace apenas unas semanas intentaron
asaltarme justo en la puerta de mi departamento, en Torreón.
Salí con mi
morra un domingo por la noche a comprar agua, aquí nomás, cruzando la calle, y
cuando volvíamos se nos acercó un tipo armado que nos amagó. Nos pidió
celulares, no los traíamos; nos pidió carteras, no las traíamos; nos pidió la
llave del coche, no la traíamos. Al final sólo se llevó veinte pesos, lo único
que sí teníamos aunque no nos lo haya pedido.
Antes de
irse, eso sí, muy amablemente, nos interrogó: “¿Ustedes son los que andan
peinando, verdad?” y “¿Supieron lo que le acaba de pasar al güey de aquí
enfrente? Lo tronaron”, y nos amenazó diciendo que iba a estar vigilándonos.
Eso no es
nada.
Esta semana
me enteré de que a un amigo mío de Monterrey lo secuestraron diez horas,
también en la puerta de su casa, para pedirle a su familia un rescate de
quinientos mil pesos.
¡Quinientos
mil pesos! ¡A una persona trabajadora de clase media!
Pues bien,
las negociaciones de los secuestradores con la familia de mi amigo llegaron
hasta un punto en el que ellos tuvieron que ceder y lo dejaron libre cuando
recibieron la cuantiosa cantidad de catorce mil pesos.
¿Se puede
apreciar lo que hay aquí?
Son simples
ladroncillos. Tanto el que me amenazó a mí como el que secuestró a mi amigo son
simples ladroncillos; mentecatos con armas de fuego que se sienten omnipotentes
porque pueden amedrentarnos y manipularnos tan solo por el hecho de que si se
les antoja nos disparan y ya, se acaba el problema para ellos.
No preocupa
que haya este tipo de gente, porque siempre la ha habido. Lo que preocupa aquí
es la impunidad con la que se manejan. Yo no puse ninguna denuncia. Mi amigo no
puso ninguna denuncia. Y no lo hicimos por razones complicadas u ocultas, lo
hicimos simple y sencillamente porque tenemos miedo.
Miedo.
Acá nos
movemos en varias ciudades de México, señores, entre el miedo. Salir a la calle
representa para nosotros un riesgo inimaginable para mucha gente; confiar en la
gente es un lujo que ya no podemos darnos. Estamos cautivos, presos.
Estas
condiciones de vida no son dignas de alguien que presume de vivir en una
democracia, que pretende tener derechos humanos. Así no se puede tener una
calidad de vida aceptable, no se puede dormir durante la noche, no se puede disfrutar
durante el día. Uno supone que algo se está haciendo mal. ¿No nos damos cuenta
de que algo estamos haciendo mal?
Ahora la
pregunta, la gran pregunta para todos nosotros no puede ser ya otra: ¿Qué es lo
que tenemos que cambiar? ¿Qué es lo que hemos venido haciendo mal? Ojalá podamos
responderla a tiempo, antes de que nos mate algún troglodita con pistola.
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