
Esa vez, fue Manuel el que nos recomendó a mi amigo y a mí que buscáramos retas de futbol en el Parque México. Eran aproximadamente las 7:30 p.m., y ya había caído la noche cuando llegamos. ¿Se representan la imagen? Dos regiomontanos feos, prietos y fachosos deambulando por ese parque a la hora en la que está más concurrido.
Pues ahí vamos confiados en que no tiene nada de malo recorrer un parque de punta a punta para buscar algo que nos dijeron que iba a haber ahí. Pero no.
No, señor. Dos regios feos, prietos y fachosos no pueden deambular por entre la gente bonita y nice de la Condesa sin levantar sospechas de esas nobles y tiernas almas. Así que se detiene una patrulla al lado de nosotros, y dos oficiales de policía (por decir algo) se acercan a nosotros con una estrategia que seguro les enseñó el FBI: uno nos aborda de frente y el otro rodea unas plantas y árboles para llegar de costado a nosotros.
Nos preguntan todo, que a dónde íbamos, que de dónde éramos, que dónde nos hospedábamos. Nos solicitaron una identificación, pero como dejamos todo en el hostal, no pudimos proporcionársela. Nos regañaron por eso, y al final, cúspide del momento más ridículo o más algo que he tenido en mucho tiempo, nos registraron en busca de armas, drogas o qué sé yo qué habrán imaginado los señores.
Antes de que nos registraran, le pregunté a uno de los polis, al de la panza más prominente, porque tengo entendido que según el rango es la panza, el porqué de tanto show. Me respondió con un simple “los vecinos los reportaron como sospechosos”.
Cien personas paseando en el parque (algunos besándose en las bancas de los rincones más oscuros, otros fumando mota en rincones ni tan oscuros) y los sospechosos éramos nosotros. Los regios feos, prietos y fachosos.
Así es como funcionan las cosas aquí. Así es como aplica aquel dicho de “como te ven, te tratan”. Así es como dos regios feos, prietos y fachosos no pueden pasear por el Parque México sin levantar la sospecha de que algo malévolo traman. Así es como hacemos tributo a la época en la que vivimos, esa época del culto a la imagen, esa época superficial y de juicios inmediatos en la que estamos inmersos.